No hay donde volver. El sitio ya no existe, fue destruido al
abandonarlo. Lo dejé sin mirar atrás, me fui alejando paulatinamente, paso a
paso. En comienzos intentaba retornar a las viejas ruinas con la esperanza de
reingresar al engaño que las construyera, hace ya tantos y tantos años de
ceguera.
No es que
haya aprendido todo, ni siquiera lo necesario indispensable para desoír a la
nostalgia que la perdida ilusión me regurgita de tanto en siempre. Solo una
gota, esa que entrega el alambique del vivir en la experiencia; y solo luego de
un costosísimo proceso de destilación de elementos espurios. Muy poco, es
cierto; magro en volumen, pero conteniendo el resultado del proceso:
conclusiones, y lo que se concluye está, pues,”concluido”.
Y la soledad, que no existe como falencia de persona o cosa, es el
único estado de pureza del sentimiento. Claro está que ese sentimiento debiera
ser esterilizado de los gérmenes nacidos en engañosos recuerdos de irrealidades
acontecidas en la ficción de aquello que creímos más o menos cierto.
Tiempos
donde despilfarrábamos nuestra fe como si fuera la verdadera. Inversiones de
esperanza disparada hacia casi cualquier cosa parecida al afecto que se nos
cruzara en el camino.
Sí, no hay
donde volver, la inocencia, tan cercana a la estupidez, se deja atrás en un
para-siempre cuyo trayecto nos sitúa exactamente donde estamos: tratando de
comprender el porqué debemos alejarnos nuevamente de la presente alucinación,
o, en su defecto, no comprendiendo nada.
¿Dije
afecto?, sí eso dije. El pedido de disculpas viene acompañado de un tácito
relato de los usos de una época donde “la palabra” no se pronunciaba así como
así. “El amor” se escondía tímidamente detrás del incorrecto “te quiero”, que
supone una mera posesión. Tuvimos que reaprender a expresar el sentimiento que
la almidonada generación anterior (anterior a la nuestra, quede claro) omitiera
en su enseñanza, y no por intención de silenciarlo, sino por la misma causa,
nunca nadie en su educación le diera semántica aplicación.
Se le de el
nombre que fuere, casi todos conocemos de que se trata ese sentimiento, el
problema radica en su práctica y conservación. Ahí es donde se esconde el
porqué de tantos fracasos en este sentido. Siendo solo parte de aquello que
realmente somos, esperamos que otro ser nos provea del sector faltante: “eso
que nos complemente”, obviando por ignorancia que la plenitud debe ser virtud
personal, para luego ejercitarla en la pareja. El amor que llena un vacío, más
que amor es una prótesis.
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