¡DÍA DE RECONOCIMIENTOS, INDIGNACIÓN Y TRISTEZA!
Por supuesto que, a este momento, ya llevo escuchados todo
tipo de comentarios sobre la lamentable guerra de Malvinas. Son tiempos
propicios para que el periodismo se extienda, como nunca antes, sobre
anécdotas, estampas, historias y todo lo que le caiga en mano referido a ese
acontecimiento. La política de hoy así lo posibilita, mañana podrá ser otra
cosa; tal y como ya antes lo fue.
Estos Blogs nada tienen que hacer a los hechos históricos, no
es su temática habitual, pero sentí una urgente necesidad de hablar en mi carácter
de argentino y contemporáneo de estos eventos.
Si bien siempre descreí de las guerras, mi posición perdió
solidez luego de la lectura del Bhagavad Gita. Y de esto van, ya no sé cuantos
de estos, nuestros años.
¡Es tan complicada la idiosincrasia humana, qué en determinadas
situaciones pareciera que la violencia, que de ella forma parte, debiera
expresarse en actos de barbarie, cumplir su ciclo de experiencia, y así
sublimarse en una forma superior del sentimiento!
No lo sé. En realidad me desespera mi incapacidad de obtener
certeza sobre lo “conveniente”, o no, de la mayoría de los métodos del accionar
humano, y sus resultados.
Hoy siento que debo rendir demorado tributo a las incontables
acciones de valor, camaradería y sacrificio protagonizadas por los difundidos,
pero aún más a los anónimos, héroes de Las Malvinas.
Aún en vida, o ya muertos, lograron en medio de situaciones
extremas, extraer lo mejor de sí mismos, en un sublime acto de valor y entrega.
Me indigna la soledad, en que el “divorcio” con los
poderosos, nos sumergiera. La traición de los vecinos, la fingida ecuanimidad,
el incumplimiento de compromisos previamente establecidos, y la ausencia de los
que creyéramos amigos –porque hermanos, hermanos somos todos-.
Me indigna nuestra falta de AUTÉNTICO reconocimiento a países
como El Perú, que por el mérito de ese acto (no diré cual), de ABSOLUTA ENTREGA DESINTERESADA
–entiéndase que hablamos de una guerra “previamente” perdida-, merece el mejor
destino imaginable.
Me indigna la soberbia de ambas partes, las ¿injusticias?, la
flagrante estupidez, y el desconocimiento de cuál debe ser el comportamiento HUMANO.
Pero, y sobre todo, me indigna: el dolor, el odio, el temor,
y los sufrimientos allí experimentados. Todos estos sentimientos se han lanzado
como sombras a la conciencia colectiva de la raza. Su sordidez y pesadumbre
estará cargando sobre nuestra evolución, hasta que, una vez más, algunos
decidan hacerse sacrificar en la cruz de la inocencia.
Filemón Solo
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