sábado, 25 de febrero de 2012

ALGUIEN EN LA ESQUINA

¡CUIDADO!
Este cuento ejercita el pensamiento lateral, cierto que cargando un poco sobre el "lunfa porteño". Solo una chanza, sepan tomarlo a bien (a los porteños refiero).
Si no estás dispuesto a leerlo más de, digamos...unas tres veces, no lo hagas ninguna.
¡Ánimo, vos podes! (Tu puedes)
Si no se entiende, dejalo ahí

Alguien en la esquina

Rojo de cabeza y cuerpo, pies negros profundamente adheridos al piso, ese de baldositas acanaladas color amarillo sucio. Quietito en la esquina siempre observando al comercio que tiene enfrente, su expresión boquiabierta se debe a una insaciable espera de correspondencia. A lo que el tipo, sobre él apoyado, deduce que ambos se corresponden y, aunque realmente nada tienen en común en su aspecto, algo más que la espera los asemeja. Los dos con pilcha de laburo, uno con uniforme del correo, el otro de tragedia y corbalan. Uno y otro plantados en la esquina; esa estación donde las calles dibujan una cruz, la intersección de dos líneas que determinan un punto, el imaginado punto de reunión.
El tipo cambia de postura y, siempre apoyado en el buzón, observa la otra calle por donde nadie viene. El boncha que se acerca nota que alguien lo está aguardando junto al buzón de la esquina.
Algo emocionado alguien le dice que a nadie esperaba, por lo que le alegró verlo venir por la acera. Como los hombres no se besaban, nadie le da afectuosamente su mano derecha en espera de que alguien se la devuelva.
El tranvía 84 (que viene de Villa del Parque, en tanto el término, lo hace desde el ya en desuso “trainway” y que en porteño debe pronunciarse “tranway”. Queda dicho)  pasa frente a la esquina luciendo un nuevo letrero publicitario que reza: “El Yo Pecador”. Situación esta, que a nadie conmociona, y alguien pareciera (mejor: pareciese) sentirse tocado. Como nadie vio que alguien fuera, o fuese, solo algo tocado la cosa no pasó de ahí.
Hete aquí que un irrefrenable deseo de desalojar pipí le acomete a alguien (nada de “hacer”, porque hecho ya está) y, no teniendo un escusado donde verter ese contenido, contenerse ya no puede, y pide al otro que lo mire. Justo al momento en que, ahora marcha atrás, vuelve el mismo 84 que antes pasase (solo para variar), respondiendo a un cambio en la polaridad de la cc que lo alimenta y repleto de pasajeros. Como todo es pasajero, tanto da el sentido siempre que la dirección sea la correcta. De cualquier manera alguien procede de acuerdo con su deseo, tranquilo sabiendo que nadie lo mira, y el cartel del tranvía rodaceP oY lE :azer.
El comercio, con frente a la ochava, al buzón y, eventualmente al 84, cualquiera sea el sentido en que este último circulara, u otro, luce, precisamente en el frente, una inscripción que define su ramo: “GENERALES”. Ahora bien, como los uniformados de cinco estrellas nunca le dieron pelota, sus propietarios decidieron comercializar aquello que el cliente solicitara, y dejaron el letrero. Con pretensiones de tomar algo, nuestros protagonistas ingresan al local por la puerta del frente, situada en su frente, que da frente al buzón, al 84, etc., y etc. Detrás del mostrador la esposa del dueño, con cuyo posible futuro fallecimiento (el del tipo) por muerte natural, o a manos de terceros, pero no así por las propias de ella, esta heredaría el otro 50% del establecimiento, monta guardia. Bueno la que monta guardia es la jermu del trompa. Al ver a los extraños que ingresan, tal vez, quizá, por la falta de costumbre en estas experiencias, guardia se encabrita arrojando de un corcovo a la jermu del trompa al jocara. Feliz ocasión oportunamente aprovechada por los que fueran, o..., antes de ahora, recién llegados, para solicitar sendos cortados half and half. Por falta de sendos, la buena y caída señora, tiene a bien servir dos pequeños cafés con leches, en similares proporciones de ambos componentes. Cosa que logra, no sin algo de esfuerzo, arrastrándose, ida y vuelta, hacia y desde la cocina.
Relajado como nadie, este mismo bebe en ese estado su infusión adulterada con lactosa en polvo; y, a causa de ese estado precisamente, es que se vuelca el contenido del pocillo sobre de la carta que le enviara La Caja, instándole a realizar el depósito del ahorro del pasado mes. En vista de que alguien, que entrara junto a él, pero no simultáneamente, al negocio por la puerta del frente, que da al frente, frente al buzón, al indeciso 84, y demás, se encuentra muy entretenido tratando de calzarse un par de sandalias rojas con taco aguja que la jermu, desde el suelo, insiste en que hacen buen juego con los zapatos de charol que el tipo guarda en su caja original bajo la cama, aunque estos carezcan de tacones, (¡puf!) se manda también el feca de alguien.
Concluida la gestión que a ese sitio los llevara, retíranse del lugar, no sin antes polemizar airadamente con la futura posible heredera de la propiedad, y fondo de comercio, quien, a estas bajezas, (recuérdese que andaba por los suelos) insiste en el cobro del valor correspondiente a los cortados, argumentando qué, si bien nadie los consumió, alguien debe pagarlos.

Emotiva despedida en la esquina, en la que nadie reclama su mano derecha y alguien la estrecha en tanto la devuelve. Finalmente –piensa-, “los leones” solo tienen dos sillosbol.


                                                            Filemón Solo












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