jueves, 26 de julio de 2012

AHORA, O...SIEMPRE


Juan busca, cree encontrar, se comporta en consecuencia a ese hallazgo. Solo para luego notar que es otro de esos amplios luminosos caminos que, a poco, se van angostando, muriendo en sendero dentro de un monte tupido y seco.

En el lapso que media entre cada conato de hallazgo, Juan se pregunta y se cuestiona. Trata de frente con las causas que imagina posibles motivos para su última frustración. Reflexiona, diseña culpas propias y ajenas en la búsqueda del talle que les calce.

Juan se decepciona. No hay respuestas para los que todavía no lo han logrado.

Sabe que solo es cuestión de tiempo, solo algún tiempo. El necesario, quizá menos que eso, para emprenderla nuevamente en seguimiento del mismo, u otro, pájaro de esperanzados colores que, destaque sobre lo opaco de su cielo.

Él sabe que solo es cuestión de tiempo, solo algún tiempo. Sí el necesario. Que bien puede ser en hora cercana o, Dios no lo permita, dentro de un milenio. En algún minuto del infinito, próximo o impensadamente lejano.

Una sola, solo una, la primera llave, luego ya habrá descubierto el acertijo que le brindará la posibilidad de continuar los éxitos; en forma ininterrumpida y con el mismo resultado. ¡Qué así sea!

Solo se aprende una sola vez a volar. Se sigue, que cada uno descenderá en cada etapa que le cuadre, o seguirá sin tocar el piso, según lo permita el aire de sus pulmones.

El final del camino se encuentra exactamente allí donde se satisface el deseo.

Luego ya no hay retorno. Aunque un fuerte granizo, helado de desatino, le destruya a uno las alas precipitándolo hacia donde será lo que deba, se torcerá el cuello en postergado intento de remontar nuevamente. Algún día.

Bueno, lo cierto es que Juan sabe muchas cosas que resultan ser: ¡ninguna!. A juzgar por los resultados.

No son resultados, se dice Juan, solo intentos no logrados. Bien pudiera ser que el hastío sea el velo que emboza lo que se debe ignorar. ¿Y si el día de mañana, quizá pasado, fuera aquel tan anhelado?

Y el día llegó, no como él lo hubiera imaginado, pero llegó.



Juan partió. Jamás se lo vio flotando sobre los campos floridos, ni siguiendo el neurótico vuelo de algún picaflor.

Juan ya no estaba en su mesa de café frente a la plaza. Nunca se supo que deambulara por las antiguas callecitas de su soñado –solo soñado- pueblo de Toledo, ni por los altos senderos de Las Rocallosas, donde jamás estuvo. Solo, y sencillamente, desapareció en su apariencia.  

Pero, claro, es sabido los ojos no son el mejor medio para observar las almas.  

                                             Filemón Solo                                                                

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