martes, 6 de marzo de 2012

CARTA A UN AMIGO

Querido amigo: Hoy te escribo desde un distinto lugar; zona situada justo detrás de toda esa parafernalia que me ha regido hasta el presente. Debo precisar que, aunque mucho me costara llegar a este punto, no se trata más que de un mero desplazamiento hacia un área de mejor observación.
Desde este pequeño corrimiento creo verme en el mismo sitio en que me encontraba al comienzo de la presente etapa que entendemos es nuestra vida. Quizá haya incorporado algún equipamiento, ocasionalmente aquí o allá; nuevos “ítem” provistos por cada experiencia capaz de dejar su huella. Bueno, pareciera que estos se han sumado, como agregados o enmiendas, a las ya atávicas reglas que me limitan.
Presumo que a estas instancias de la lectura, estarás dudando justificadamente acerca de mi buena salud mental. Bien pudiera ser que cierta enajenación, que desde siempre me ha acompañado, esté haciéndose ahora más evidente trascendiendo finalmente el disimulo tras el cual la mantuviera oculta. No sé si es a causa de ella, pero veo a mis semejantes girando una y otra vez en la periferia de su totalidad, y sin ningún interés en detenerse en el intento de penetrarla en procura del necesario conocimiento de sí mismos. Resulta que, harto ya de mi “semejanza” en similar actitud, me he planteado seriamente la cuestión, decidiendo en consecuencia abandonar la ficticia seguridad de estas playas azotadas por imprevistos huracanes y, no sin cierta cautela, lanzarme mar adentro.
Como todo explorador consciente, me he sentado a apuntar los materiales con los que contaba para tamaña aventura. ¡Ay! amigo mío, que triste resultado arrojara ese inventario, de nada sirven los antiguos elementos en mi haber. La pala, esa con la que  trabajosamente he cavado durante décadas en procura del agua que calmara mi sed, mal podría oficiar de cometa que me eleve a encontrarla allí, en las nubes. Comprendí que todo lo que hubo perdido utilidad solo oficiaría de lastre. Debería, en principio, deshacerme de las herramientas impropias, procurando obtener luego lo adecuado para el viaje hacia esos nuevos territorios.
Ciertamente que jamás sospeché lo qué esto habría de significar. La agotadora reiteración de las inciertas patrañas que nos inculcaran con ajustados grilletes subconscientes, forjaron pautas en momentos en que la inocencia escucha y confía. Confía, desconociendo el mejor camino para ascender desde la ignorancia. Escucha, a quienes, repitiendo las mismas falacias que les fueran enseñadas, no reconocen el daño que ocasiona su cantinela.
Sí, viejo camarada, hoy solo me reconozco en las respuestas automáticas con que esa terrible programación responde ante los estímulos del mundo. Me veo reincidiendo una y otra vez en cada gastado error, con las mismas angustias que viviera en aquella terrible y abusiva época de escolar. Las mismas restricciones, desde la juventud temidas para esta etapa de mi vida, hoy se presentan puntualmente ante la invocación de que fueran objeto. Cierto que todo debidamente actualizado y a tono con cada nueva situación, pero la genética es, indiscutiblemente, la misma.
Según lo expusiera en los comienzos de la presente, y luego de mucho esforzarme, logré situarme en el puesto de observador poseedor de una cierta imparcialidad. Desde ese pequeño montículo, que no creo sea más que eso, noto como transcurre la existencia de alguien “que no es”. Un tipo que se desliza entre las líneas de un pentagrama conteniendo una partitura creada por anteriores manos; alguien que emite la nota que responde a la cuerda pulsada por cada evento; siempre, siempre. ¡Horrible!, hermano, solo un personaje hastiado de repasar su libreto.
Hete ahí que según los especialistas este surtido de “automaticidades” se denomina personalidad. De esto se desprende que todo halago a “una fuerte personalidad”, es la ponderación a las grandes cadenas que su infeliz poseedor arrastra visiblemente por la vida. El pobre tipo es admirado por la dureza de su armadura, que no por lo qué en realidad esta viste. Por otro lado el término “personalidad” sugiere la existencia de “alguien” que la exhibe, la oculta, la luce, la sufre, o lo que sea que con esto logre hacer, pero siempre ignorando que “eso” no es él, sino un elemento dinámico y, que siendo su constructor (dejemos de lado el detalle de los materiales empleados), absorto en su creación, con ella se confunde.    
A estos años vengo a caer en cuenta del inmenso valor de la libertad, esa que nunca me permití tener. Pero, y aquí sentirás la voz de mi mentada locura, te diré que estoy contento, finalmente he notado que aquello que me golpeaba eran los barrotes de la reja. Ahora, y por primera vez en esta vida, estoy en procura de algo valedero: el conocimiento que, Dios me ayude, abrirá sus puertas.

Con gran cariño, Filemón 
                                                                  

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