Bien sé que en los últimos tiempos he
dejado de aportar a mis blog, las razones se mezclan con las excusas, tal y
como tantas veces suelen hacerlo, y creo que este no es el momento para ninguna
de ambas.
El caso es que deseo narrar una pequeña, y muy
reciente, experiencia que me ha dado mucho en qué pensar.
Se me hubo encargado “subir” día por medio a Mallín Ahogado,
paraje cercano a El Bolsón, para realizar allí algunas sencillas labores de
cuidado y alimentación de los animales, habitantes de una hermosa chacra, cuyos
propietarios se encuentran de vacaciones fuera de la provincia.
Ese domingo, luego de terminar los trabajos en el
lugar, realicé un repaso sobre el listado mental que contenía las faenas
encomendadas, concluyendo que todo allí estaba cumplido, satisfecho partí del lugar.
El día martes, se me anoticia que el fuerte viento que
trajo el temporal de ese mismo domingo en la tarde, había liberado la traba de
la tranquera, y la vaca doméstica, movida quizá por la curiosidad que
caracteriza a estas bestias, partió de la chacra sin rumbo conocido.
Inútiles resultaron los esfuerzos, averiguaciones, y
rastreos realizados durante la semana en procura del hallazgo del animal y, en
la medida que el tiempo transcurría, disminuían en forma inversamente proporcional,
las probabilidades de encontrarlo. Y ya que en proporciones estamos, lo que sí
aumentaba era mi preocupación, y la imagen de la vaca prófuga se me presentaba
cada vez con mayor frecuencia, apareciéndose sin aviso en medio de mis
pensamientos.
Así las cosas, cuando el sábado siguiente, nuevamente
en la chacra, esperaba yo dentro del automóvil que menguara la copiosa lluvia.
Detenido el vehículo frente a la tranquera, lado interior, llevaba en el baúl
un trozo de fardo de alfalfa, a modo de sebo, y muñido de una soga que
encontrara, estaba decidido a recorrer todos los callejones, consultar a cuanto
vecino hallara, y volver…empapado, embarrado, de mal humor, y sin la vaca que,
a estas alturas, vaya uno a saber donde podría haber llegado.
Cabe acá destacar, que los cuadrúpedos herbívoros,
aquí, en la montaña, están habituados a recorrer grandes distancias, en procura
de alimento y, aunque en esta época del año abundan los pastos, algunos
animales ya están condicionados por la costumbre, y proceden de igual manera.
Esto, y otras cosas más estaban girando por mi mente,
siempre con la misma imagen, cuando, al levantar la vista, la veo; ¡sí, a ella!,
¡Sí, frente a mí estaba la… bendita vaca!
Transitaba, casi al trote, por la ruta provincial 86,
misma por la que se accede a la propiedad, en medio de charcos de agua sucia,
piedras sueltas, y lodo, que suelen caracterizar esta vía de pésimo
mantenimiento.
Al notar el vehículo dentro de la chacra detuvo su
marcha, solo para amenazar continuarla inmediatamente al verme descender, y
acercarme a la tranquera. En un rápido accionar, abrí el portón y, conteniendo
el aliento, retrocedí para ubicarme detrás del automóvil. Pasados unos
instantes de duda, la vaca ingresó a la chacra, ahora ya a la carrera,
perdiéndose en la seguridad del bosque.
Desde el domingo de su huida habían transcurrido 144
horas aproximadamente. 8640 minutos durante los cuales el animal gozara de
libre albedrio, pastando en las banquinas y callejones, sin descartar algún
predio vecino que, a la sazón, estuviera accesible; ¡todos sitios que ya
hubiéramos examinado! ¿Qué le sugirió acercarse justo en el momento en que yo
me encontraba presente en un lugar de paso, allí donde no hay un porqué para
detenerse?
La casualidad no es una opción con la que explicar
este acontecimiento que, carente de toda relevancia, tipifica esas situaciones
que todos bien conocemos por haberlas experimentado.
La inclusión de la “casualidad” en nuestro pensar,
responde a un vano, aunque muy comprensible intento, de encontrar una ubicación
a estos eventos dentro del orden de lo razonable. Para lo cual nos permitimos
“salirnos” de la lógica secuencia de acontecimientos, donde la “causa” produce
“efectos”, que luego serán causas para nuevos efectos.
Siendo esto axiomático e irrebatible, nos escapamos en
busca de la “mutación”, “el efecto sin causa previa”: la imponderable
casualidad, que solo es una excusa para justificar la ignorancia del porqué ocurre esto o aquello.
No es casual que una mujer fértil se embarace, ni que
al señor que transita por la plaza se le vuele el sombrero.
La casualidad, no solo no existe, sino que no puede
existir.
Bien, volviendo al tema que me he atrevido a presentar
hoy, ¿Qué pitos trajo a mí a ese fugado rumiante en el oportuno momento?
Filemón Solo
jajajaajaajajaj, o que te llevo a vos a estar en ese momento y no antes o despues?
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